Las poquianchis
Uno de los casos mas sonados en México y que aun se recuerdan, fue el de las famosas Poquianchis, estas mujeres que prostituian a jóvenes.
Tres hermanas mexicanas apodadas "Las Poquianchis" mantenían una red de prostitución que era protegida por las mismas autoridades de Guanajuato. En enero del año 1964 se encontraron, en el patio trasero de las hermanas Chuy, Delfa y Eva, los cuerpos enterrados de varias mujeres que fueron obligadas a prostituirse.
Originarias de Jalisco, las hermanas Carmen, Delfina, María de Jesús y Luisa González Valenzuela fueron el producto de una familia disfuncional. Mientras su madre Bernardina, devota y abnegada practicante del rezo al rosario les infundió el culto a la religión católica, su padre Isidro ejercía el abuso de poder y la violencia amparado en un machismo, cuyo exceso derivaba de su adicción al alcohol.
A mediados de la década de 1930, Defina, junto con sus hermanas Carmen y María de Jesús consiguieron un trabajo como obreras en una fabrica de hilados y tejidos aunque, poco después, Carme se juntó con Jesús Vargas, un vividor de poca monta apodado “El Gato”. Con quien instaló en 1938 una modesta y arrabalera cantina. El negocio fructificaba, pero El Gato dilapidó las ganancias y propinó su quiebra, con lo poco que recuperó, Carmen abrió un estanquillo de vinos y licores. Fue precisamente la cantina de su hermana Carmen la que influyó en Delfina para instalar su primer Burdel.
Fue Delfina, la más astuta de las hermanas González Valenzuela, la que estableció el primer prostíbulo y reclutó a jovencitas inocentes a cuyos padres hacia creer que trabajarían como empleadas domesticas.
En El Salto, Jalisco, Delfina instaló su primer cantina, en ella acondicionó también una casa de citas. En este sitio el control sobre los burdeles era escaso, por lo que estos eran prolijos, atrayendo toda clase de clientes entre los que se encontraban policías, soldados y autoridades municipales. Las pupilas de Delfina salían a las calles tentando a los clientes a visitar el burdel por las noches, hasta que en 1948, un zafarrancho a punta de pistolas provocó su clausura. Delfina trasladó a sus mujeres a la feria de San Juan de los Lagos, dónde con el apoyo del alcalde, alquiló dos locales para montar una cantina con varios cuartos para el sexo servicio. Llamó por primera vez a su negocio “El Guadalajara de Noche”. Al negocio Delfina sumó a sus hermanas María, Luisa y Carmen a quienes encargó de la caja registradora y de la cocina respectivamente. De manera alterna Carmen empezó a vender ropa y objetos personales a las pupilas, anotando en una gruesa libreta los nombres y adeudos que cada una contraía. Compras que se veían obligadas a realizar, ya que no tenían libertad.
La codicia desmedida de Delfina la llevó a secuestrar a decenas de jovencitas que convirtió en esclavas. A Delfina le proveían de mujeres taloneras y pupilas, Juana y Guadalupe Moreno, y María “La Cucha” a base de engaños, “La Cucha”, recolectaba jóvenes en Guadalajara con la promesa de conseguirles trabajo como empleadas domesticas, técnicas que también adoptó Delfina.
Y es que mientras los padres confiaban en que sus hijas estaban en buenas manos, el lenocinio de Delfina y sus hermanas acarreó inesperados embarazos en las adolescentes, quienes ignorantes de los riesgos que eso ocasionaba a su salud, abortaban clandestinamente en el tugurio. Aquellas a quienes si llegaban a dar a luz les quitaban los bebés, los asesinaban y se deshacían de los cadáveres. Cuando el aborto provocaba la muerte de las pupilas sus cuerpos corrían el mismo destino.
Uno de los drásticos métodos que las poquianchis implementaron para mantener el orden en la actividad sexual de sus pupilas y evitar que estas escaparan de su encierro fue la tortura. Castigos que también consistían en hincar a las mujeres y con los brazos abiertos sostenían en ambas manos y en la cabeza un ladrillo. Allegados a las poquianchis como José Valenciano Tadeo y José López Alfaro también maltrataban a las jóvenes cuando estas, cansadas de la esclavitud y del lenocinio, intentaban escapar. En 1963 hubo cambio de autoridades en el gobierno de León, Guanajuato, muchos de los amigos de María de Jesús terminaron sus mandatos y su ausencia afectó sus negocios, ya que se implementó una nueva ley que ordenaba la desaparición de las casas de citas, prostíbulos y lenocinios en la localidad.
Tras la prohibición y clausura del negocio, María de Jesús regresa a Lagos de Moreno, Jalisco al lado de su hermana Delfina, quien para entonces todavía administraba en antiguo burdel “Guadalajara de Noche”. Pero el infortunio que afecto los intereses de María de Jesús también cayó sobre Delfina, quien enfrentó la inesperada y trágica muerte de su hijo Ramón Torres “El Tepocate”, quien apoyaba a su madre en el manejo y sometimiento de las pupilas, las cuidaba, golpeaba, violaba y vigilaba. Evitando que escaparan del burdel.
Una noche festejaba con unos de sus amigos en una cantina situada a unos metros del Guadalajara de Noche, dónde un enfrentamiento con un sargento de la policía le costó la vida. Impresionada por la inesperada muerte de su hijo, Delfina sacó un fusil que guardaba en un ropero, entró a la cantina y pensando que el asesino se encontraba aun allí escondido tras la barra, disparó destrozando todo a su alrededor. La muerte del Tepocate enluto permanentemente a las hermanas González que al ser aprendidas varios meses después, aun seguían portando el color negro en su vestimenta.
Tras el crimen de su sobrino, María de Jesús aconsejó a Delfina esconderse en Guadalajara mientras se resolvía el asunto. Pues aunque no había matado a nadie, podían acusarla de portación ilegal de armas. Al día siguiente, y mientras María de Jesús y las pupilas esperaban la llegada del cadáver del Tepo, luego de habérsele practicado la necropsia, varios inspectores arribaron al Guadalajara de Noche, para colocar en sus puertas sellos de clausura creyendo que en su interior se había suscitado el asesinato. La clausura se llevó a cabo con total impunidad y dejando en su interior a más de 20 mujeres en un evidente secuestro. Un día después, ventajosamente, les cortaron el agua y la luz. En el permanente encierro, María de Jesús y sus pupilas planearon escaparse del Guadalajara de Noche y recluirse en una casa que Delfina tenía en San Francisco del Rincón.
El 6 de enero de 1964 y sintiéndose acorraladas por la policía, Delfina y María de Jesús trasladaron a las pupilas al rancho San Ángel, una propiedad que contaba con apenas tres cuartos y un extenso terreno. En dos habitaciones encerraron a sus pupilas amenazando con matarlas si intentaban escapar o hacían ruido que las delatara. Tal era la desesperación que el día 12, Catalina Ortega, una de las cautivas logró escapar y llegó hasta la procuraduría de León, dónde denunció el maltrato y cautiverio al que estaban siendo sometidas por las hermanas González Valenzuela.
Elementos de la procuraduría del estado, encabezados por el comandante Miguel Ángel Mota, irónicamente asiduo cliente de las poquianchis, arribaron a la granja de San Ángel, dónde detuvieron a las hermanas y al grupo de mujeres.
Fueron encarceladas tras un sonado proceso que tuvo cobertura mundial y condenadas a apenas 40 años de prisión, cuya condena purgaron en distintas cárceles de Guanajuato, sobreviviendo al castigo sólo una de ellas, que antes de abandonar la cárcel, contrajo matrimonio con otro reo.
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